Manuela Sáenz Aizpuru nació en Quito,
Ecuador, el 27 de diciembre de 1797. Hija natural del comerciante
español Simón Sáenz, y de la criolla María Joaquina de Aizpuru.
La madre murió a los pocos años de nacida, razón por la cual la
niña fue entregada al Convento de las Monjas Conceptas, Real
Monasterio de la Limpia e Inmaculada Concepción, bajo la tutela de
su superiora, sor Buenaventura.
Su padre la llevó de pequeña varias
veces de visita a la casa que compartía con su esposa, Juana del
Campo y Larraondo, Dama de Popayán, quien le enseñó buenas
costumbres, y le fomentó su interés por la lectura y el
conocimiento; así estableció lazos fuertes con su medio hermano,
José María. Le asignaron además para cuidarla, a las negras Natán
y Jonatás; quienes le acompañaron el resto de su vida.
Luego de haber completado su formación
con las monjas conceptas, se trasladó al monasterio de Santa
Catalina de Siena, en Quito, perteneciente a la Orden de Santo
Domingo. Aprendió tareas propias de una señorita de sociedad,
bordar, elaborar dulces y aprendió los idiomas inglés y francés.
Con 17 años, huyó del convento,
según, por insistencia del oficial del Ejército Real Fausto
D’Elhuyar, sobrino de Juan José Elhúyar e hijo de Fausto Elhúyar;
descubridores del tungsteno. En 1817, el padre la casó con el doctor
inglés James Thorne, quien comerciaba con él como socio.
Manuela se interesó por la
independencia de su país y del Perú, lo cual le valió el título
Caballeresa de la Orden El Sol del Perú, otorgado por el propio
prócer José de San Martín.
En 1821, regresó al Ecuador, viajó
con su medio hermano, entonces oficial del batallón Numancia,
integrado al Ejército Libertador con el nombre de Voltígeros de la
Guardia, bajo las órdenes del general Antonio José de Sucre.
En 1822, tuvo la oportunidad de conocer
a Simón Bolívar; y las crónicas de la época resaltan que cuando
Manuela supo que el héroe se acercaba a la casa, se fue al
balcón, agarró una corona de rosas y ramas de laureles y las arrojó
para que cayera al frente del caballo del Libertador; pero fue a
parar a la casaca, a la altura del pecho de Bolívar. En ese momento
él levantó la mirada y la miró y sonrió; saludándola con el
sombrero que traía a la mano.
Esa noche se conocieron formalmente en
el baile de bienvenida al Libertador, y durante los próximos ocho
años Manuela y Simón Bolívar vivieron un amor de aventuras, luchas, pasión y libertad.
En 1823 Manuela acompañó a Bolívar
al Perú; luego se radicaron en Santafé de Bogotá, Colombia.
Aunque su esposo, Thorne en varias ocasiones le pidió a Manuela que
volviera a su lado, la respuesta de Manuela siempre fue negativa, ya
que prefería ser la amante de Bolívar.
Manuela se convirtió la noche del 25
de septiembre de 1828, en La Libertadora del Libertador, al impedir
el intento de asesinato a Bolívar. Los enemigos de Bolívar habían
conjurado para asesinarle aquella noche de septiembre. Al entrar al
Palacio de San Carlos (hoy, Cancillería de Colombia),
Manuela se dio cuenta del intento de atentado, y se interpuso a los
rebeldes, para que Bolívar tuviera tiempo de escapar por la ventana.
Logrando Bolívar salvar su vida y luego descubrir a los responsables de aquel hecho.
Al fallecer Bolívar el 17 de diciembre
de 1830, en Santa Marta, Colombia, producto de la tuberculosis; todo cambió
para Manuela, quien abandonó en 1834 el país colombiano por la presión de los
enemigos del Libertador, entre ellos, Francisco de Paula Santander,
quien la desterró; viajando Manuela hacia la isla de Jamaica.
Regresó a Ecuador en 1835, pero no pudo llegar a Quito, su pasaporte
fue revocado por el entonces presidente Vicente Rocafuerte,
instalándose en el puerto de Paita, Perú. Allí recibió visitas
importantes, como las del patriota italiano Giuseppe Garibaldi, el
escritor peruano Ricardo Palma, el maestro de Bolívar, Simón
Rodríguez; y el escritor inglés Herman Melville, autor de la novela
Moby Dick, entre otros. Durante 25 años se dedicó a vender tabaco, traducir y
escribir cartas a los Estados Unidos de Norteamérica, hacer
bordados y dulces por encargo.
En 1847, Thorne, su esposo murió
asesinado; y ella no pudo recibir la herencia que le correspondía
por ser la viuda, porque aún sus enemigos le impedían moverse de
Paita.
Manuela Sáenz falleció el 23 de noviembre de
1856, a los 59 años de edad, durante una epidemia de difteria que
azotó la región. Su cuerpo fue sepultado en una fosa común del
cementerio local y todas sus posesiones, para evitar el contagio,
fueron incineradas, incluidas una parte importante de las cartas de
amor de Bolívar y documentos de la Gran Colombia que aún mantenía
bajo su custodia. Sin embargo, no todo se perdió porque Manuela ya
le había entregado a Daniel Florencio O’Leary gran parte de
documentos para elaborar la voluminosa biografía sobre Bolívar.
Manuela siempre le profesó amor y
admiración al Libertador Simón Bolívar, es famosa la frase de la
quiteña universal: "Vivo adoré a Bolívar, muerto lo venero".
Lic. Sonia Verenzuela T.
2015
FUENTES CONSULTADAS:
Rumazo González, Alfonso: Manuela
Saenz: la libertadora del libertador. Ministerio de la Cultura del
Ecuador, 2009.
ICONOGRAFÍA:
www.biografiasyvidas.com